El juego favorece el desarrollo cognoscitivo en varias formas.
En la etapa preoperacional, el niño juega a conocer su entorno físico.
Si bien, como señala Piaget, los preescolares más pequeños suelen ser egocéntricos, se valen del juego dramático para dominar la representación simbólica y aumentar sus conocimientos sociales.
Cuando el preescolar juega con objetos físicos (por ejemplo, arena, piedras y agua), aprende las propiedades y las leyes físicas que los rigen. Cuando juega en el arenero, aprende que algunos objetos dejan distintas marcas sobre la arena. Cuando rebota un balón contra el suelo, aprende que si lo lanza con más fuerza rebotará más alto. Al realizar el juego constructivo, adquiere información que le servirá para crear el conocimiento. Y a su vez esto le permitirá una comprensión y una competencia de más alto nivel (Forman y Hill, 1980). Poco a poco aprende a comparar y clasificar los objetos y los hechos; logra una comprensión más completa de conceptos como el tamaño, la forma y la textura. Además, gracias al juego activo, adquiere habilidades que lo hacen sentirse físicamente seguro y tranquilo (Athey, 1984).
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