Desde hace mucho se sabe que el juego es importante en el desarrollo cognoscitivo.
Constituye asimismo el vehículo primario para practicar los valores, las conductas y los roles de la sociedad. Por ejemplo, mediante el juego el niño representa temas, historias o episodios que expresan la comprensión de su cultura (Nicolopoulou, 1993).
Los niños de todas las culturas se desarrollan y aprenden en contextos sociales que incluyen a compañeros mayores y adultos que les transmiten el legado cultural. Cuando los niños simulan, los roles que imitan “canalizan” su conducta. Por ejemplo, un niño que juega a ser el “papá” o la “mamá” reproduce la conducta del “padre” o de la “madre” tal como las entiende. Cuando una niñita juega a ser la mamá, se concentra en las reglas del rol de madre y hace explícito su conocimiento de ellas (Nicolopoulou, 1993; Oppenheim y otros, 1997). Puesto que el papel de madre (lo mismo que otros roles y valores sociales) difiere de una cultura a otra, podemos suponer que también cambien los aspectos específicos del juego. Y al parecer es así aunque encontramos el juego en todas ellas.
Aun en las culturas en que se dispone de poco tiempo para jugar, con frecuencia los niños crean situaciones lúdicas integrando sus quehaceres y la diversión. Los niños kipsigis de Kenia, por ejemplo, juegan a la roña mientras cuidan a sus rebaños o trepan a los árboles mientras cuidan a hermanos menores (Harkness y Super, 1983). Las canciones de labor son comunes entre los niños amish cuando en grupos lavan papas o pelan chícharos. Los niños que viven en países que sufren conflictos armados juegan a
la guerra. Incluso se ha observado que algunos niños representan funerales en sus juegos (Timnick, 1989).
Se dan diferencias notables en el grado y en el tipo de juego observados entre las culturas y dentro de ellas. En algunas sociedades, los juegos de los niños son simples; en otras son complejos y refinados. En algunas prácticamente no existen los juegos competitivos y predominan los cooperativos. Por ejemplo, las guarderías diurnas de la antigua Unión Soviética daban prioridad al juego colectivo: “no sólo hay juegos de grupo, sino juguetes especiales muy complejos que exigen la colaboración de dos o tres niños para funcionar” (Bronfenbrenner, 1972). En las culturas en las que la supervivencia diaria se basa en las habilidades motoras, los juegos de destreza física suelen ser la única forma de competencia. Por ejemplo, en sociedades cazadoras y recolectoras en las que se emplean machetes para limpiar la densa maleza, la competencia en la rapidez de su uso es la norma. En otras sociedades las carreras a pie, las carreras competitivas y los concursos de lanzamiento
de la lanza son el juego principal (Hughes, 1991).
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